Descenso en balsa por el río Urique en Chihuahua

Imagina la emoción de embarcarte en una aventura que te lleva a través de uno de los paisajes más impresionantes de México. Una travesía donde cada paso revela un nuevo espectáculo de la naturaleza y cada momento se convierte en un recuerdo imborrable. Te invitamos a sumergirte en esta experiencia única de descenso en balsa por el río Urique, un viaje que no solo desafía tus límites físicos, sino que también enriquece tu alma.

Inicio de la aventura en el corazón de la Sierra Tarahumara

Nuestra expedición comenzó un sábado soleado, con un grupo de ocho intrépidos compañeros ansiosos por explorar el deslumbrante paisaje del río Urique. El camión de Río y Montaña Expediciones nos dejó en el diminuto pueblo de Divisadero, un lugar pintoresco y lleno de historia, donde la cultura tarahumara se entrelaza con la belleza natural del entorno. Desde allí, el camino hacia el río se prometía lleno de sorpresas.

Con la ayuda de cuatro tarahumaras locales, cargamos las dos balsas y el equipo necesario. La travesía comenzó por angostas veredas que serpenteaban por las montañas, un recorrido que nos haría apreciar la riqueza de la flora y fauna regional. La vegetación boscosa nos rodeaba al inicio, pero a medida que descendíamos, la aridez del paisaje se hacía más evidente; un recordatorio de los contrastes que ofrece esta zona.

Un encuentro inesperado y la magia de la noche

Después de varias horas de caminata, llegamos a un pequeño pueblo, que resultó ser una única casa. Grutencio, el amable anciano dueño, nos ofreció jugosas naranjas y nos ayudó a conseguir dos burros que llevarían nuestro equipo en la siguiente etapa del descenso. Continuamos nuestro recorrido, perdiendo la noción del tiempo mientras el sol se ocultaba en el horizonte, dando paso a la luna llena que iluminaba nuestro camino.

    • Las sombras se alargaban a nuestro alrededor, creando una atmósfera mágica.
    • El sonido del río se hacía cada vez más fuerte, un canto que nos invitaba a seguir avanzando.
    • Finalmente, tras una hora más de caminata, llegamos a las orillas del río Urique.

Al llegar, la sensación de alivio y emoción nos llenó. Nos quitamos las botas y sumergimos los pies en la arena fresca, preparándonos para una cena reparadora bajo el cielo estrellado. Cada estrella parecía susurrar historias de aventuras pasadas, mientras nosotros nos sumíamos en un profundo sueño, soñando con lo que el día siguiente traería.

El despertar y el primer descenso por el río

Cuando el sol asomó por el horizonte, los cálidos rayos nos despertaron, revelando la claridad de las aguas del río que navegaríamos durante los próximos cinco días. Tras un delicioso desayuno, inflamos las balsas y nos preparamos para partir. La emoción era palpable, y aunque sentía un ligero nerviosismo por ser mi primer descenso, la curiosidad y el deseo de aventura superaban cualquier temor.

El río no llevaba mucho agua, lo que significaba que en algunos tramos teníamos que bajar y arrastrar las balsas. A pesar de esto, cada momento era una oportunidad para disfrutar de la espléndida naturaleza que nos rodeaba, con su agua color verde esmeralda y las imponentes paredes rojizas de los cañones que nos acompañaban.

Desafiando rápidos y un chapuzón inesperado

A medida que nos acercábamos a los primeros rápidos, los guías de nuestra expedición, Waldemar y Alfonso, nos dieron instrucciones claras sobre cómo maniobrar. Sin embargo, la emoción y la adrenalina nos llevaron a un inesperado giro de eventos. Al entrar en un rápido, la balsa chocó contra una roca y, en un instante, todos caímos al agua. La risa nerviosa se apoderó de nosotros mientras nos sacudíamos el agua y nos ayudábamos a subir nuevamente a la balsa.

Después de cinco horas de intensa navegación, decidimos hacer una pausa para reponer energías. Nuestro “gran banquete” consistía en un puñado de fruta seca y un power bar, suficiente para seguir disfrutando de las impredecibles aguas del Urique. Al caer la tarde, comenzamos a buscar un lugar adecuado para acampar, donde podríamos hacer una buena cena y dormir bajo un cielo estrellado.

Encuentros culturales y sabores de la región

En el tercer día, mientras navegábamos, las montañas comenzaron a abrirse y tuvimos el primer encuentro humano fuera de nuestra expedición. Un tarahumara llamado don Jaspiano nos informó que aún faltaban dos días para llegar al pueblo de Urique. Su invitación a su hogar fue una alegría inesperada, y tras haber sobrevivido con comida deshidratada, saborear frijoles y tortillas recién hechas fue un regalo que atesoraremos siempre.

    • Don Jaspiano nos ofreció un cálido refugio y nos compartió su historia.
    • La comida casera fue un deleite que contrastó con nuestras provisiones de viaje.
    • Las risas y conversaciones fluyeron mientras disfrutábamos de la hospitalidad tarahumara.

Al llegar al quinto día, alcanzamos el pueblo de Guadalupe Coronado, donde la comunidad se preparaba para las festividades de Semana Santa. A pesar del cansancio, no pudimos resistir la invitación de doña Julia y su familia para unirse a la celebración. La experiencia de observar a los tarahumaras danzando y rezando era un viaje en sí mismo, un vistazo a tradiciones que han perdurado a lo largo del tiempo.

La llegada a Urique y el cierre de una aventura inolvidable

Al amanecer del día siguiente, nos despedimos de la familia Portillo Gamboa y nos dirigimos a Urique. Allí, el ambiente festivo nos recibió con brazos abiertos. La plaza estaba llena de vida: niños correteando, puestos de comida y música norteña animando el lugar. Nos instalamos en el jardín de “El Gringo” para acampar, un lugar que rápidamente se llenó de risas y bailes.

En la noche, Urique se convirtió en un bullicioso centro de actividades. Disfrutamos de deliciosos elotes, helados caseros y, por supuesto, del tradicional tesgüino, un fermentado de maíz que se convirtió en el elixir que acompañó nuestras celebraciones.

Reflexiones finales y el regreso a casa

La travesía finalizó con un viaje en camioneta hacia Bahuichivo, donde tomaríamos el tren Chihuahua-Pacífico. Mientras regresábamos a la civilización, reflexioné sobre todo lo aprendido en esos días. Las experiencias vividas, las personas que conocimos y los paisajes que contemplamos dejaron una huella imborrable en mi corazón. Comprendí que la grandeza de la vida se encuentra en los pequeños momentos, en las sonrisas compartidas y en la belleza de la naturaleza que nos rodea.

Este viaje no solo fue un descenso por el río Urique, sino una inmersión en la cultura tarahumara, una celebración de la vida y una conexión profunda con el entorno. Cada rincón del camino nos enseñó a apreciar la sencillez y la riqueza de lo cotidiano.

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Explora también este video que muestra la belleza del río Urique y la emoción del descenso en kayak:

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